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UIMP

Eurípides
Eurípides revolucionó el teatro haciendo un retrato muy humano de los antiguos héroes de la mitología clásica. Por primera vez, los llenó de dudas y de contradicciones. Aristóteles diría después que, así como Sófocles había pintado a sus personajes “como debían ser”, Eurípides los retrataba: “como eran en realidad”. En Medea asistimos a la planificación de un crimen que roza lo incomprensible: una mujer despechada planifica su venganza contra su marido y, con el fin de provocarle el mayor daño posible, acaba asesinando a sus propios hijos. Pero Eurípides lo hace sin juzgarla. No la censura, no la simplifica diciendo que es un monstruo, no la esconde y la silencia, sino que le da voz. Efectivamente, muestra en toda su crudeza a un ser humano que razona mientras está secuestrado por su dolor y su orgullo. Desde luego, no es cómodo emprender el descenso abisal que Eurípides propone a la sima más profunda, oscura y fría del alma humana, pero a pesar de todo, el autor griego que puso las bases del teatro que ha llegado hasta nosotros, sabe hacerlo con un lenguaje hermoso, cargado de imágenes y reflexiones vitales imperecederas. Medea sigue conmocionándonos, no sólo por lo que cuenta, sino por cómo lo hace y desde dónde. Quizás un ejemplo del pesimismo desolador que atraviesa la pieza sean las palabras postreras de uno de los criados: “no es la primera vez que considero la condición humana una sombra y, de los mortales, aquellos que se creen cargados de razones, ésos son los que acaban cometiendo los peores crímenes.”
Eurípides revolucionó el teatro haciendo un retrato muy humano de los antiguos héroes de la mitología clásica. Por primera vez, los llenó de dudas y de contradicciones. Aristóteles diría después que, así como Sófocles había pintado a sus personajes “como debían ser”, Eurípides los retrataba: “como eran en realidad”. En Medea asistimos a la planificación de un crimen que roza lo incomprensible: una mujer despechada planifica su venganza contra su marido y, con el fin de provocarle el mayor daño posible, acaba asesinando a sus propios hijos. Pero Eurípides lo hace sin juzgarla. No la censura, no la simplifica diciendo que es un monstruo, no la esconde y la silencia, sino que le da voz. Efectivamente, muestra en toda su crudeza a un ser humano que razona mientras está secuestrado por su dolor y su orgullo. Desde luego, no es cómodo emprender el descenso abisal que Eurípides propone a la sima más profunda, oscura y fría del alma humana, pero a pesar de todo, el autor griego que puso las bases del teatro que ha llegado hasta nosotros, sabe hacerlo con un lenguaje hermoso, cargado de imágenes y reflexiones vitales imperecederas. Medea sigue conmocionándonos, no sólo por lo que cuenta, sino por cómo lo hace y desde dónde. Quizás un ejemplo del pesimismo desolador que atraviesa la pieza sean las palabras postreras de uno de los criados: “no es la primera vez que considero la condición humana una sombra y, de los mortales, aquellos que se creen cargados de razones, ésos son los que acaban cometiendo los peores crímenes.”
Iñaki Rikarte
