Rotterdams Philharmonisch Orkest
Rotterdams Philharmonisch Orkest
Sala Argenta · Palacio de Festivales · 20:30 hRotterdams Philharmonisch Orkest
Yefim Bronfman, piano
Yannick Nézet-Seguin, director
Programa
Franz Liszt
• Concierto de piano n. 2 en La Mayor S. 125
Anton Bruckner
• Sinfonía n. 4 en Mi bemol Mayor (WAB 104)
“La música puede llegar a las regiones del alma donde no pueden hacerlo las palabras”. Con esta frase, Schopenhauer resume el cambio fundamental que se vivió durante el Romanticismo: la música instrumental, liberada de la secular dependencia del texto, se convierte en la representación de la esencia última de la realidad. Paradójicamente, el Romanticismo también vio el nacimiento de la música programática, es decir, obras instrumentales que tratan de expresar un “significado” extra-musical narrativo más o menos abstracto (Sinfonía fantástica de Berlioz, los poemas sinfónicos de Liszt). Se trata de géneros que responden a otro ideal romántico: el de la fusión de artes –literatura y música– que se llevaría al extremo con el drama musical de Wagner, a la postre yerno de Liszt.
El repertorio de hoy muestra un equilibrio entre las dos ideas: la música absoluta capaz de trascender el mundo tangible está presente tanto en la Sinfonía N. 4 de Anton Bruckner (1824-1896) como en el Concierto N. 2 de Franz Liszt (1811-1886), que explota todas las posibilidades técnicas del solista. A la vez, ambas composiciones se relacionan con la música programática: gracias a las cartas de Bruckner sabemos que su sinfonía sigue un programa, y el concierto de Liszt, escrito en un movimiento, a menudo ha sido denominado como “poema sinfónico con piano” o “concierto sinfónico”.
Las dos obras son producto de largos procesos de revisión de sus respectivos autores. En 1847, cuando Bruckner contaba con veintitrés años, Liszt decidió retirarse del circuito de conciertos, donde tantos éxitos había cosechado, para concentrarse en la composición. Se instaló en Weimar, ciudad que quiso convertir en la “Atenas del Norte” desde su posición de maestro de capilla extraordinario. Allí dio forma definitiva a Segundo Concierto para piano, cuya primera versión –sin orquesta–, había escrito en 1839. Liszt explota el virtuosismo del piano, pero también lo integra en la textura orquestal, haciéndolo dialogar con el resto de instrumentos. De hecho, la entrada del piano en cada uno de sus conciertos no puede ser más distinta: si en el Primero interrumpía enérgicamente a la orquesta, en este Segundo, se une con sutileza al melancólico coral del viento-madera.
Aunque está compuesto en un solo movimiento, se distinguen tres grandes secciones: una introducción lenta seguida de una parte rápida (Adagio sostenuto assai-Allegro agitato assai); una sección lenta, de aire improvisatorio, con especial presencia del violonchelo (Allegro moderato, aunque suele interpretarse a velocidad más pausada); y un rápido finale que engloba el resto de secciones (Allegro deciso-Marziale un poco meno allegro-Allegro animato). El autor ofrece una lección magistral de metamorfosis temática: en todas las secciones aparecen las mismas melodías transformadas. Como ejemplo, el delicado tema inicial se convierte al final en marcha triunfal. Certeramente, el crítico W. F. Apthorp apodó a este concierto “Vida y aventuras de una melodía”.
En realidad, esta descripción puede aplicarse también a la cuarta sinfonía de Bruckner, de 1888. Se considera una de las más populares del autor, por tener un carácter más ligero, incluso humorístico, que otras. El autor explicó el programa de la obra: el primer movimiento (Bewegt, nicht zu schnell –Movido, no demasiado rápido–) evocaría la llegada del día tras una larga noche en una ciudad medieval; el segundo (Andante), una canción que se convierte en plegaria; el tercero (Scherzo) aludiría a las canciones de los cazadores en el bosque; el cuarto (Finale) no parece tener programa determinado.
Como todas las sinfonías de Bruckner, la obra comienza de la nada; de este misterioso pianísimo inicial surge el tema de la trompa que se abre camino. El autor toma como modelo las sinfonías de Beethoven, aunque con muchos más medios instrumentales. Esto le permite buscar colores diferentes, con gran importancia de la sección de metales. En general, la sonoridad y la orquestación influyeron mucho en la música de cine posterior (el parecido con Star Wars de J. Williams resulta evidente). A su vez, rinde tributos, como la repetida cita del leitmotiv del anhelo de Tristan und Isolde de Wagner. La influencia beethoveniana también se deja sentir, por ejemplo cuando, en el cuarto movimiento, al igual que en la Novena del compositor de Bonn, Bruckner hace un repaso por los temas de los movimientos anteriores.
Eduardo Molero Illán
(Master de Musicología. Universidad de La Rioja)