London Symphony Orchestra 1
London Symphony Orchestra 1
Sala Argenta · Palacio de Festivales · 20:30 hLondon Symphony Orchestra
Sir Simon Rattle, director
Programa
Gustav Mahler
• Sinfonia n. 9
La maldición del nueve
Hasta 1824, el número nueve no significaba nada especial para los autores de sinfonías. La sinfonía era un género público de consumo inmediato y los compositores las producían masivamente, pues no se esperaba que estas obras se escucharan posteriormente con regularidad. Así, Mozart escribió unas cincuenta sinfonías y Haydn llegó al centenar. Sin embargo, las sinfonías de Beethoven, especialmente la Novena, estrenada precisamente en 1824, rompieron las convenciones del género al ampliar las proporciones tradicionales. Junto con las últimas sinfonías de Mozart y Haydn, fueron las primeras obras establecidas en el repertorio y se consideraron modélicas para autores posteriores. Desde entonces, varios compositores del siglo XIX que dominaron la escritura sinfónica compusieron nueve obras en el género, incluyendo Novenas Sinfonías de calado, como Schubert, Dvorák y Bruckner, pero ningún autor importante superó el fatídico número de nueve sinfonías numeradas.
El compositor bohemio Gustav Mahler (1860-1911) no quería formar parte de esa maldición. En 1908, y después de su salida forzosa de la dirección de la Metropolitan Opera de Nueva York, Mahler servía como director titular de la Orquesta Filarmónica de la misma ciudad, donde tampoco consiguió imponer sus ideas musicales. Además, su salud se deterioraba visiblemente, lo que le obligaba cada vez más a reducir su ritmo de trabajo. Sin contar las sinfonías escritas cuando era alumno del Conservatorio de Viena, de las que el propio autor eliminó cualquier rastro, Mahler había compuesto hasta entonces ocho sinfonías, de las cuales la Octava todavía no se había estrenado. Su siguiente composición, La canción de la tierra, escrita en 1908, fue publicada como “Lied-Symphonie” (sinfonía-canción), seguramente por las peculiaridades de la obra, a medio camino entre un gigantesco ciclo de canciones y una sinfonía lírica. La canción de la tierra podría haber sido la novena sinfonía de Mahler, pero no fue numerada como tal. Tras La canción de la tierra, Mahler escribió la sinfonía que él reconoció como su Novena en 1909, como era habitual durante el verano, cuando el compositor se liberaba de sus compromisos como director de orquesta. Mientras Alban Berg y Deryck Cooke vieron en esta Novena Sinfonía la despedida de la vida de un Mahler consciente de la proximidad de la muerte, Henri-Louis de Lagrange y otros creen que sus condiciones físicas no eran tan extremas. En todo caso, la Novena Sinfonía de Mahler trata en parte de los misterios de la muerte con un esquema similar al de otra obra terminal: la Sexta Sinfonía de Tchaikovsky, conocida como la “Patética”.
Un ritmo irregular (según algunos reflejo del ritmo cardíaco de Mahler) inicia un primer movimiento de cargados contrastes, protagonizado por una melodía de gran lirismo presentada nada más empezar, que cuando intenta expandirse hacia un clímax expresivo se interrumpe por violentas irrupciones de los metales marcadas por el ritmo inicial. El resultado es un movimiento especialmente turbulento, pariente estrecho del Finale de la Sexta Sinfonía del propio Mahler. El segundo movimiento se basa en tres motivos: un humorístico Ländler o danza popular austríaca en metro ternario precedente del vals, un vals que irrumpe violentamente de carácter más sarcástico y un segundo Ländler, más lírico que el primero y basado en la célula originadora del primer movimiento; todo se complica en una conclusión a la vez animada y mordaz. Parecido carácter posee el Rondó-Burleske, enfatizado por la poderosa entrada inicial de la trompeta; una breve sección central señala el único episodio lírico, pero todo se rompe en un final precipitado y desgarrado. El Finale se inicia con una amplia y melancólica melodía presentada por las cuerdas, de trascendido lirismo. Aunque por momentos aparecen sombras, con un dramático motivo en los graves contrapesado por los violines en registro agudísimo, prevalece la primera melodía, expandida en imponentes clímax. Después de momentos de tensión marcados por motivos de movimientos anteriores, el final se disuelve en la nada, elevándose hacia el cielo.
Mahler tampoco rompió la maldición del nueve, pues no completó su décima sinfonía numerada. Esta Novena Sinfonía fue estrenada en 1912, más de un año después de la muerte del autor, por Bruno Walter y la Filarmónica de Viena. Así se presentó este testamento mahleriano, a la vez canto del cisne de la música del siglo XIX y puerta abierta al futuro.
Xábier Armendáriz
(Master de Musicología. Universidad de La Rioja)