London Symphony Orchestra 2
London Symphony Orchestra 2
Sala Argenta · Palacio de Festivales · 20:30 hLondon Symphony Orchestra
Simon Rattle, director
Programa
I
Antonin Dvorák
• Danzas eslavas Op. 72
II
Maurice Ravel
• Ma mére l’oye suite
Léos Janácek
• Sinfonietta
La cualidad del nacionalismo musical
Antonín Dvořák (1841-1904) y Leoš Janáček (1854-1928) son dos compositores atrapados en lo que se conoce como “nacionalismos”: ideología para calificar la música compuesta al calor de las revoluciones burguesas en la periferia europea con importante poso del folclore como seña identitaria de una nación en ciernes. La centralidad es adjudicada a Alemania, Italia y Francia. Dicha etiqueta ha sido matizada por los especialistas pero continúa incólume en algunos tratados y obras divulgativas.
Dvořák era bohemio y Janáček moravo, súbditos del Imperio Austrohúngaro y ambos formados en el ámbito germánico. A pesar de ser más joven, Janáček presentó a su amigo algunas páginas de Johannes Brahms. En 1877 recorrieron juntos y a pie Bohemia, el año en el que el primero fue pensionado por el Imperio por tercera vez. Brahms formó parte del jurado que facultó dicho estipendio y las partituras presentadas lo entusiasmaron tanto que las recomendó a su editor, Fritz Simrock. En su carta comenzaba por descifrar la pronunciación de un apellido desconocido en Berlín, después indicaba que el músico componía todo tipo de obras y añadió: “Tiene mucho talento y además es pobre”.
Simrock publicó los Duetos moravos de Dvořák, cuya acogida favoreció el encargo de las Danzas eslavas, op. 46 para piano a cuatro manos, inmediatamente orquestadas por la misma pluma. Pronto se interpretaron en las principales capitales europeas y en Nueva York, por lo que posibilitaron la creación de las Rapsodias eslavas, op. 45 (1878) y otra serie de ocho Danzas eslavas, op. 72 (1886). Su modelo fueron las Danzas húngaras de Brahms. Dvořák recrea la esencia folclórica en melodías de nuevo cuño y mantiene la base rítmica popular, un aspecto exótico que facilitó, según el musicólogo Richard Taruskin, que un compositor provinciano ingresara en los estrechos círculos musicales germánicos.
Por el contrario, Leoš Janáček, también de origen humilde pero de ideológica pan-eslavista, se opuso a la dominación austríaca, contrapuesta a su simpatía por la Rusia de Taras Bulba. Así, el orgullo patrio es uno de los ejes de su obra, acrecentado con la constitución de Checoslovaquia como nación en 1918. El otro, el impulso erótico. El compositor parte de las inflexiones melódicas del lenguaje moravo y de la diversidad rítmica del folclore. El filósofo Theodor W. Adorno le dio carta de naturaleza progresista a pesar de ser “producto de las regiones rurales del sureste europeo”.
La Sinfonietta es música ceremonial escrita para unos campeonatos deportivos convocados en Brno en 1926. Sus cinco movimientos celebran ese espíritu nacional a la vez que rememoran el pasado del compositor, conocido internacionalmente a partir de su 60 cumpleaños. Fue estrenada el 26 de junio de ese año por el director Václav Talich, profesor a su vez de Charles Mackerras, quien rescató las óperas del moravo en los años 50. En la actualidad, Haruki Murakami la ha popularizado al incluirla como tema recurrente en su novela 1Q84 para reflexionar sobre el auge de los fascismos inmediato a su estreno.
De nuevo la infancia
De Maurice Ravel (1875-1937) se ha dicho que fue original, sofisticado, sensible, refinado y, sobre todo, independiente. Alumno de Gabriel Fauré, fracasó en sus aspiraciones al Premio de Roma hasta en cuatro ocasiones. La última, en 1905, con escándalo incluido debido a intereses de las corrientes conservadoras. El hecho supuso el cese de Théodore Dubois como director del Conservatorio de París. Le sucedió Fauré, más tolerante y renovador. Junto a Ricardo Viñes acometió numerosas lecturas y estudios sobre un variado repertorio que solían interpretar a dúo. Entre estos autores estaba Robert Schumann, a cuyas Kinderszenen remite Ma mère l’oye en su versión para piano a cuatro manos.
Como Dvořák, Ravel fue un hábil orquestador de su propia producción por lo que es natural que aceptara el encargo para convertir la suite primigenia en un ballet. Añadió el “Preludio” y la “Escena de la rueca”, unificó los movimientos mediante interludios y alteró su orden. Mantuvo como íncipit de algunas partes extractos de cuentos populares que sirven de argumento. Fue estrenado el 29 de enero de 1912 en el Théâtre des Arts de París. A diferencia del retrato idealizado de la infancia que hace Schumann, el galo refuerza la intensidad narrativa del texto y prepara al oyente para una escucha atenta, tras la cual llegará la consecuente moraleja con la que concluyen todos los cuentos.
Daniel Martínez Babiloni
(Master de Musicología. Universidad de La Rioja)